Comentario
A todos los decoradores arcaicos -Klitias, Nearchos, Lydos o Amasis- antecede el gran Exequias (550-530), alfarero y pintor de dotes excepcionales, creador original e interesado por la caracterización ética de las figuras. Estos rasgos quedan de manifiesto ya en sus primeras obras y alcanzan en su madurez cotas insospechadas. El estilo personalísimo de Exequias y las aportaciones que hizo a la técnica de figuras negras se ven compendiados en su obra más conocida y relevante, el Anfora del Vaticano. Dos temas que se han hecho célebres decoran sus caras: Aquiles y Ayax jugando a los dados y el regreso de los Dioscuros, Cástor y Polux, recibidos por sus padres, Tyndaro y Leda. Esta obra, fechada hacia el año 540, es el mejor compendio del estilo desarrollado por Exequias, basado en el gusto por lo aristocrático y señorial propio de época pisistrátida, por la mesura y por la distinción como exponentes de un ideal de vida. Esa es la atmósfera creada en la escena del regreso de los Dioscuros; en la del juego de Aquiles y Ayax se añade la tensión y la vivacidad. La serena compenetración de líneas horizontales y verticales del primer cuadro se convierte en dinamismo cambiante en el segundo a consecuencia de las diagonales, triángulos y el gran motivo central en V que forman las lanzas.
Desde el punto de vista del estilo es interesante observar la estilización, la plasticidad, el cromatismo, éste más vivo por la presencia del blanco y del violeta, características a las que acompaña la tendencia a matizar y a suavizar incluso situaciones drásticas como la lucha de Aquiles y Pentesilea del Anfora del Museo Británico y el suicidio de Ayax de la de Bolonia. La segunda cara del ánfora del Museo Británico aparece decorada con un Dionysos de noble porte y un joven efebo, figuras que integran una composición más reducida y cuadrada que las anteriores. En ella hemos de reconocer la capacidad de evolución del maestro que le lleva a posiciones más abstractas como sugieren los brotes de hiedra expandidos por detrás de Dionysos, y las espirales de apariencia metálica, que desde esta cara pasan a la otra.
No se limitó Exequias a las ánforas, sino que también se interesó por las copas, otra forma cerámica frecuente. Nos dejó en este campo otra obra maestra, conservada en Munich, una copa cuyo fondo decora la magnífica nave en la que navega Dionysos entre delfines. Desplegada la vela, se adhieren al mástil y trepan por él frondosas vides, símbolo y complemento imprescindible de lo dionisíaco. Hay que hacerse cargo del efecto ilusionista de este motivo, pensado para cuando la copa estuviera llena y la superficie movediza del líquido sugiriera que Dionysos bogaba sobre el mar. Sumamente original es también por abstracta y modernista la decoración exterior de la copa en forma de grandes ojos.
No menos interés e importancia tienen los fragmentos de placas cerámicas pintados por Exequias, procedentes de Atenas, y conservadas en Berlín.
Debieron de ser decoración de una tumba, y representar la ceremonia del entierro, pues queda parte de la comitiva de plañideras y de uno de los carros del cortejo. De nuevo aquí se inclina Exequias por la introspección psicológica y por el carácter ético más que por la actividad exterior, y de nuevo da un recital de elegancia y dominio de la técnica.
La posición privilegiada de Exequias en la cerámica arcaica se justifica por ser el primero que ejerció auténtica influencia, tal y como la entendemos hoy día, sobre las generaciones posteriores, o lo que es igual, su obra representa un modelo, un punto de referencia en la evolución. Sus seguidores cultivan los mismos temas e imitan su estilo, aunque avanzan en aspectos significativos como el tratamiento del ojo, estudio de paños, recursos cromáticos.